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En el extremo noroccidental del departamento del Magdalena se extiende un espejo de agua con dimensiones sorprendentes y quizá desconocidas para muchos; un complejo majestuoso y generoso, que además de albergar una biodiversidad inimaginable, ha sido el hogar de cientos de familias pescadoras por más de tres siglos. 

La riqueza cultural y natural de este territorio llevó a que sus primeros habitantes conformaran los pueblos que hoy se pueden describir como coloridos, ingeniosos y particulares; pues las casas de madera construidas sobre el agua y sus canoas amarradas a un costado ya hacen parte del paisaje de la Ciénaga Grande de Santa Marta. 

Buenavista es una de las poblaciones lacustres que alberga este gran humedal; allí es común ver niños sonriendo, jugando y navegando por su cuenta, animales domésticos nadando de un lado al otro y hombres en sus canoas lanzando las redes que los ayudan a conseguir su alimento. De esta manera resulta fácil concluir que la vida de estos individuos parte y depende del agua que los rodea.

“Nosotros somos 100 por ciento pescadores, si no tenemos ciénaga, no tenemos vida, para nosotros la Ciénaga Grande es nuestro padre, nuestra madre, nuestra familia, nuestro todo. Se muere la ciénaga, nos morimos todos… Si el agua se daña, se nos daña la vida”, cuenta desde su mecedora Dagoberto Peláez, concejal y líder de la comunidad.

Durante un tiempo Buenavista se vio afectada por la falta de agua dulce, dice Dagoberto mientras se abanica para disipar el calor de media mañana, “gracias a Dios ya ha mejorado la calidad de vida entre un 70 y 80 por ciento, tanto en Nueva Venecia, como en Buenavista” y sonríe porque finalmente la vida suya y de sus vecinos está empezando a cambiar.

Paradójicamente los habitantes de este pueblo se vieron obligados a consumir carne de res y de pollo, pues la hipersalinización del agua provocó alteraciones en la pesca y en los bosques de manglar, “a partir de la apertura de los caños nos ha cambiado bastante la situación, la forma de vida, la gente se ve más tranquila, menos desesperada”, dice el líder y se emociona al compartir un deseo  que durante años ha guardado con la esperanza de verlo un día convertido en realidad: “Esta última obra, la del caño de Pajaral era mi anhelo. Siempre decía que cuando canalizaran el caño yo me iba a morir a los dos días, porque el anhelo mío era ver ese trabajo hecho y vamos a ver que el caño ya lleva tres días de canalizado y no me he muerto”, dice con el sentido del humor que lo caracteriza y los ojos brillantes por la emoción… “Eso es porque Dios quiere que siga viendo el caño. Es una bonita obra”, reconoce entre suspiros y agradece a todos los que, según él, “tuvieron la buena voluntad y el interés de cambiarnos la vida”. 

La única entrada y salida de agua era la de caño grande, el agua no tenía salida y se estancaba, lo que ocasionaba en parte la mortandad de peces, “en cambio con el caño Pajaral, el agua tiene salida para el mar y también pueden ingresar los peces al complejo”, dice mientras mira la vía que se extiende a lo lejos y se alegra porque en 40 o 50 minutos ya puede estar en Barranquilla. Cada avance en la Ciénaga significa para estas comunidades una mejoría en su calidad de vida. 

 

De la cocina sale el olor del pescado frito, no hay duda de que la pesca está regresando a la Ciénaga, Dagoberto trata de recordar todos los detalles y se agarra las manos por detrás de la cabeza… “Muchos de los mangles que murieron en el año 95 alcanzaron a recuperarse, sin embargo el último verano ocasionó una nueva pérdida. Son cosas que se salen de las manos”, dice con menos entusiasmo y cuenta como se secaron la mayoría de los caños, se sedimentó la ciénaga, se salinizó y el mangle empezó a morir de nuevo.

 

Esa era una de sus preocupaciones, pero sabe que con la apertura de los caños, la situación está empezando a cambiar: “En mis recorridos por el humedal, he visto que los manglares están reviviendo. Eso es por el flujo de agua dulce que está ingresando”, dice con la autoridad que le da su labor de pescador y líder de muchos, que como él, habían perdido la esperanza y hoy la recuperan con la llegada del agua dulce al humedal. 

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